Una cadena de bloques rojos suspendidos en la ladera, el Red Sol Resort de la Riviera albanesa no es un complejo hotelero más. Diseñado por Ricardo Bofill Taller de Arquitectura, es un homenaje vivo a las utopías mediterráneas, una fortaleza que abraza el mar y sus recuerdos.


La montaña y la sombra de Bofill
En Dhërmi, entre los olivos retorcidos por la sal y los muros derruidos de las casas otomanas, un rojo quemado emerge del relieve. Es un color que no grita, sino que espera. Es el color de las arcillas antiguas, del cuero secado al sol, del vino dejado demasiado tiempo al aire. El Red Sol Resort, que acaba de entregar el estudio Ricardo Bofill Taller de Arquitectura, parece haber estado siempre ahí, escapado de un sueño español para aterrizar, con calculada discreción, en la costa jónica.
La sombra de Bofill está en todas partes, incluso después de su muerte. Este proyecto, desarrollado tras su fallecimiento, destila los códigos más apreciados por el arquitecto catalán: juego de escalas, geometría rigurosa, dramatización del vacío. Pero aquí no hay pastiche. El Red Sol Resort no resucita un estilo, sino que susurra un legado.
El lugar no tiene nada de evidente. Pendientes empinadas, vegetación baja y rocosa, un horizonte fragmentado por colinas. Donde otros habrían alisado, ahuecado o suavizado, la agencia española optó por trabajar con la disonancia. Se colocó una cuadrícula ortogonal sobre el terreno natural, no para dominarlo, sino para revelar sus contornos.
El resultado: una serie de volúmenes cúbicos, colgados como módulos independientes, se ajustan al relieve en una coreografía silenciosa. Unidos por escaleras exteriores, pasarelas y patios sombreados, ofrecen a cada paso una nueva perspectiva del mar, siempre presente, nunca frontal.
Es esta tensión entre construcción y paisaje lo que da fuerza al proyecto. El Red Sol Resort no es ni un pueblo, ni una fortaleza, ni un hotel. Es un poco de todo ello, y es precisamente esta hibridez lo que le confiere su elegancia.


Rojo para el lenguaje
El color no se eligió a la ligera. Este rojo profundo, casi mate, se inspira en los tonos minerales del sur. Atrapa la luz sin deslumbrar, absorbiendo las sombras en lugar de reflejarlas. El color se convierte en un material en sí mismo, un filtro entre el visitante y el paisaje, una piel porosa que interactúa con las piedras del camino, el verde de los cipreses y el denso azul del mar.
En este conjunto, cada material parece haber sido seleccionado por su capacidad para envejecer. Las paredes enlucidas están destinadas a desarrollar una pátina. Las barandillas metálicas se oxidarán. Los suelos de hormigón rugoso conservarán el recuerdo de las pisadas. Nada está grabado en piedra: el Red Sol Resort es un lugar que abraza la erosión, la imperfección y el paso del tiempo. Un lugar wabi-sabi sin la arrogancia del concepto.
Aquí no hay una recepción ostentosa, ni un vestíbulo de mármol. Se llega al complejo a través de una lenta subida, entre muros ciegos, como en una ciudadela. Luego, de repente, una abertura. Una vista del mar. El proyecto juega la carta de la revelación: nunca muestra todo a la vez, siempre te mantiene expectante.
Las unidades de alojamiento -villas, pisos, habitaciones- se distribuyen según la topografía. No hay dos habitaciones iguales, ni dos vistas iguales. Esta diversidad espacial, en lugar de desorientar, invita a deambular. Se pasa de una pasarela suspendida a una escalera de caracol, de una terraza soleada a un pasillo fresco, siempre con la sensación de estar un poco fuera del mundo.
No es casualidad que el complejo también acoja residencias de artistas y talleres creativos. El lugar se presta a la soledad fértil, la observación pausada y la renovación estética. No se trata de prestaciones hoteleras, sino de una experiencia interior.
El Red Sol Resort no es sólo un destino de vacaciones, es una declaración de intenciones. Frente a una Albania costera en plena transformación -desgarrada entre el folclore y la especulación-, este proyecto propone un camino diferente. Un turismo de contemplación, respeto y lentitud.
También es una señal para una generación de arquitectos en busca de sentido. Sí, todavía se puede construir junto al mar sin destruir el paisaje. Sí, el hormigón puede ser sensible. Sí, el lujo puede rimar con el silencio.
Abandonar el complejo Red Sol es un poco como dejar un libro que no sabes si trata de ti o de otra persona. Dejas atrás una parte de ti mismo, en una escalera que no lleva a ninguna parte, una ventana que no se abre, una sombra roja en una pared blanca.
Y piensas que Bofill, si hubiera visto este lugar, podría haber sonreído.














