Basándose en nuestras referencias iconográficas para animar sus obras visuales, así como sus cortometrajes y largometrajes, Vergine Keaton crea mundos en movimiento que son a la vez familiares e intrigantes, poéticos e hipnóticos.

Su formación en ilustración y diseño gráfico llevó a Vergine Keaton a empezar a trabajar con imágenes fijas. Fascinada por las representaciones existentes, se preguntaba qué pasaría si cobraran vida, abriendo la puerta a mil escenarios posibles. Para ponerlas en práctica, aprendió animación de forma autodidacta. Así ha desarrollado las dos facetas de su trabajo: las artes visuales que se exponen y el cine que despliega su narrativa. " En ambos casos, parto de una imagen, de una situación, y trabajo intuitivamente, buscando cómo entrará ese tema en la danza", explica.
Como a un niño tentado por un juguete, le gusta "meter las manos en las imágenes y ver qué pasa, descubrir cómo se organizan para crear algo que es materia de mito". Habiendo vivido cerca del campo, es sensible a las rocas, los animales y la naturaleza, leitmotiv de su obra. Trata de "atraer la mirada hacia cosas que no deberían estar en primer plano" : motivos sencillos, poco numerosos, que pertenecen al inconsciente colectivo y que resuenan en cada uno de nosotros planteando cuestiones elementales. Su objetivo es "desplegarlos para que el detalle se convierta en acontecimiento". Al descentrar así la mirada, encuentra belleza, vida y precisión donde menos lo esperamos.


A través de la magia del movimiento, el gesto y el tiempo, revela cómo elementos que coexisten por separado pueden trabajar juntos. Para ella, dar vida a las ilustraciones es como "esculpir un bloque de tiempo". No se impone un formato, sino que se detiene cuando la duración de la animación le parece adecuada. Su primer cortometraje, Je criais contre la vie, ou pour elle (Lloré contra la vida, o por ella), realizado en 2009, animaba un centenar de grabados populares del siglo XIX, de modo que los ciervos se vuelven contra los perros que los persiguen, en un paisaje que renace. En su última película de animación, El tigre de Tasmania, estrenada en 2018, un animal preocupado corre en círculos en el recinto de un zoo, mientras un glaciar se derrite de repente y un volcán entra en erupción. Al desatar su furia, la naturaleza parece acelerar su extinción, mientras se transforma solo para renacer, ofreciendo un entorno verde al animal, libre para reunirse con sus congéneres. Un corpus de 200 cuadros antiguos sirvió de base para esta rostrocopia (técnica de animación que da vida a las imágenes). " Disfruté mucho utilizándolos, porque es una aventura global que despliega una imagen fija en el tiempo", afirma entusiasmada Vergine Keaton.

Esta experiencia le llevó a desear plazos más largos, lo que a su vez desembocó en instalaciones y narraciones multipantalla, presentadas desde Times Square en Nueva York hasta el Centro Pompidou-Metz, pasando por la Galerie Miyu de París. Para este arte visual, explica el artista: "Elijo imágenes que me atraen y me dejo llevar mucho más por la inmediatez, profundizando en las imágenes". Lo que tienen en común estos dos ejercicios es la música, para la que Vergine Keaton recurre a creadores de la escena musical independiente. Actualmente trabaja en su primer largometraje, basado en una pintura de batalla del Renacimiento italiano, que espera terminar en 2027. El proceso es riguroso, requiere la redacción de un guión y un corte largo y preciso. Al igual que Georges Méliès, el ilusionista de la imagen de principios del siglo XX, Vergine Keaton busca soluciones a los retos que se propone utilizando medios muy sencillos, feliz de encontrar una respuesta artesanal más que técnica. Ve el futuro como una exploración de formatos muy diferentes, dejando la puerta abierta a una imaginación infinitamente poética.








